¿Quién hubiera pensado
que la leve caída de una hoja
causaría tanto estruendo?
Que siempre llegan los otoños
y detrás los inviernos
con sus cuchillos de lluvia
dejando un boquete inmenso
en la raíz del árbol.
¡Quién pudiera regresar a tus ramas!
Contemplar nuestro árbol intacto
sin el paso implacable de los años
sin la trampa de la vida que se escapa
entre dedos y rutas sinuosas.
¡Quién pudiera volver
Al hambriento deseo del niño
de devorar su infancia,
a la fuente del pueblo,
a tus manos abiertas
dispuestas al abrazo!
Quién pudiera ser eternamente infante,
escuchar el futuro en canciones del aire
y reír sin motivos y llorar de la risa
cuando el miedo y la prisa no comían las entrañas,
cuando el único credo era el verbo en los ojos
y la búsqueda extraña de la exacta palabra.
¿Quién iba a decir entonces que el infinito acaba?
Que se muere un poema quemando en la garganta
y que los ríos desembocan en mis ojos,
que todo el océano se alberga en una lágrima?
¿Quién hubiera pensado
que la leve caída de una hoja
causaría tanto estruendo?
Inma Diez
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