se aferró a su cintura,
y supo que era suya,
porque lo sintió así.
Fue suya más que nadie,
más suya que ninguna,
y respiró en el aire
su aroma de jazmín.
La ráfaga de aire
se la llevó a lo lejos,
la lloró como a nadie,
cuando la vio partir.
Mas supo que fue suya
por una noche al menos,
se despidió de ella,
y se murió feliz.
Aún hay quien le recuerda
cantando por la playa,
repitiendo su nombre,
a la orilla del mar.
Aún hay quien lo divisa
desde alguna atalaya,
gritando que fue suya,
suya, y de nadie más.
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