en aquella humeante taza de café,
presintiendo tus labios
a punto de anunciar la despedida.
Yo miraba la espuma,
la taza y la cuchara
el borde de la mesa
un leve desconchado en aquél plato.
La mañana avanzaba...
ajena a ti y a mí, seguía su paso.
Cuando por fin hablaste
apenas escuché lo que decías.
Ya había vislumbrado en tu mirada
el fatal desenlace
y ni siquiera entonces
una lágrima mitigó mi desconsuelo.
Mis ojos tan sólo se posaban
en aquella humeante taza de café.
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