De la abuela recuerdo
sus ropajes siempre de luto riguroso,
de ir enlazando muertes y penurias
su boca menguada de sonrisas
tal vez por el hambre acuciante,
tal vez por los hijos que nunca estrenaron,
y llevaron la ropa limpia y remendada,
como remendaron las penas
y buscaron consuelo al calor de la lumbre,
De la abuela me quedan
aquellos cocidos de amor y poco aceite,
los equilibrios para que alcanzaran
los panes para todos
aquella "sopa de peces y los peces en Guadiana"
cuando apenas había que llevarse a la boca,
que no fueran desdichas y tristezas.
Pero ella supo dar lo que no tuvo
cantó las nanas que no le cantaron,
arrulló a sus nietos, nos cubrió de besos
contó mil historias y ocultó su pena
como ocultaba dulces en el bolsillo del delantal
para dar a los pequeños de la casa.
De la abuela me quedan
historias de la guerra
y el miedo prendido entre las carnes
cuando escuchaban llamadas a otras puertas
y ya nunca se supo del vecino
al que tragó la tierra
y nadie volvió a decir nunca su nombre
como si no existiera.
Ella decía su nombre, con esa coletilla de posguerra:
"Para servirle a Dios y a usted"
¿Quién le serviría a ella - me pregunto-
cuando apretaba la pena?
¿Quién le daría consuelo en este mundo
de hambre y de miseria?